Resumen
- Crecimiento personal y psicología positiva
- Habilidades directivas
Fluir (Flow)
por Mihaly Csikszentmihalyi
Por qué las actividades que exigen todo nuestro esfuerzo y concentración
son las que nos garantizan la felicidad
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Introducción
Un
científico entra por la mañana a trabajar en su estudio y cuando menos lo
piensa, se da cuenta de que ya es de noche y que ha pasado todo el día inmerso
en sus tareas, sin ni siquiera alimentarse. Un alpinista escala las arriesgadas
cumbres del Everest y mientras mantiene el control pleno del ascenso, siente
que su cuerpo se funde con la roca. Una bailarina realiza con precisión y
armonía una serie de complejos movimientos que hace parecer sencillos, al
tiempo que ella misma se siente como flotando. Un cirujano acomete una delicada
operación y mientras percibe con todo detalle la interacción entre su bisturí y
el órgano del paciente, todo el entorno parece desvanecerse. Un amante hace el
amor con su pareja y siente que se fusiona con ella y con el cosmos. Un gourmet
saborea un elaborado plato y olvida que ha perdido su fortuna. Unos chicos
saltan en monopatín y sus miedos se disipan. Un filósofo piensa y se olvida de
que existe. Un músico toca el saxofón y su cuerpo es música. Un niño da sus
primeros pasos y percibe que puede caminar...
Todos
ellos fluyen en una “experiencia óptima” y no sólo han escapado a la ansiedad y
al aburrimiento, sino que, al hacerlo, han logrado poner orden en el caos
reinante de sus mentes. Todos ellos están experimentando el disfrute y además
de que recordarán la experiencia como algo placentero, obtendrán de ella el
estímulo adecuado para buscar nuevos desafíos y hacer que sus personalidades
crezcan y se tornen más complejas.
Esa
especie de epifanía, ese profundo sentimiento de alegría que han deseado
durante largo tiempo y que representa la imagen de lo que quisieran que fuera
la vida, no ha llegado a ellos por la gracia de su buena fortuna. Son ellos
mismos, con el esfuerzo constante de sus mentes y de sus cuerpos, quienes han
traspasado sus limitaciones y han propiciado una experiencia que va más allá
del placer instantáneo de los sentidos, en el que se esconde la esencia de una
vida feliz.
Hace más
de veintitrés siglos, Aristóteles llegó a la conclusión de que lo que más
buscan los hombres y las mujeres es la felicidad. Pero los incontables avances
tecnológicos y científicos que hemos logrado desde entonces no parecen haber
arrojado mayor luz sobre qué es la felicidad, ni nos han ofrecido las
herramientas adecuadas para ayudarnos a alcanzarla.
Esto es
lo que movió a Csikszentmihalyi a liderar, desde la Universidad de Chicago y
con el apoyo de investigadores de todo el mundo, un estudio de orden
psicológico para comprender el fenómeno de la felicidad, indagando sobre las
actividades que producían el disfrute y la forma en que se sentían las personas
cuando disfrutaban de sí mismas. Durante doce años, este equipo de psicólogos
realizó entrevistas, formuló cuestionarios y, sobre todo, implementó el Método
de Muestreo de Experiencia. Dicho método consistía en entregarle a una persona
un “busca” y enviarle unos ocho mensajes de alerta al día, de forma aleatoria,
pidiéndole que escribiera lo que estaba haciendo en ese momento y la forma en
que se sentía cada vez que recibía el mensaje. Este método fue utilizado con cien
mil personas en diferentes partes del mundo y permitió obtener un informe casi
continuo de sus vidas durante un determinado periodo de tiempo.
La
conclusión más sorprendente que surgió al analizar los resultados es que las
experiencias óptimas eran descritas en términos muy similares por todas las
personas, independientemente de su origen, de su edad, de sus rasgos culturales
e, incluso, del tipo de actividad realizada. La experiencia óptima, ese momento
en el que las personas están tan involucradas en una actividad que su
realización es intrínsecamente gratificante y nada más parece importarles,
puede ser, entonces, un estado del ser humano que responde a unas
características universales. Lo que aquí se presenta son los resultados de ese
análisis.
Orden en el caos
El
testimonio de tantas personas que llegan al final de sus vidas sintiendo que
han malgastado su tiempo entre la ansiedad y el aburrimiento, a pesar de haber
acumulado grandes cantidades de dinero, de haber coleccionado aventuras
amorosas o de haber ejercido un poder directo sobre otros, invita a preguntarse
si el destino de nuestra especie nos lleva a permanecer siempre insatisfechos:
si quizá nuestra naturaleza nos inclina a desear más de lo que podemos obtener
o si tal vez buscamos la felicidad en el lugar equivocado.
Porque el
desencanto parece ser una constante. Tan pronto como se han resuelto las
necesidades básicas, asegurando el alimento, encontrando abrigo y saciando los
apetitos sexuales, las expectativas se incrementan y surgen nuevas necesidades.
En esencia, mejorar la calidad de vida es una tarea inacabable, y por eso el
inagotable listado de inventos y conquistas con las que hemos multiplicado
colectivamente nuestros poderes materiales no han reportado una mejora en el
contenido de la experiencia humana.
La
sensación continua de que existen otras cosas para hacer la vida mejor
dificulta el disfrute de lo que se tiene en el presente, en la medida en que
propicia el desorden mental conocido como “entropía” en el que la energía
psíquica se dispersa sin un rumbo claro, tratando de atender las múltiples
necesidades o amenazas que se le presentan a la mente. Quien se obsesiona por
la consecución de todo lo que puede ser mejor, sacrifica su presente en
beneficio de un futuro hipotético que siempre estará un paso más adelante.
Para
comprenderlo mejor, conviene definir qué es la conciencia humana y, en
particular, cuál es el rol que juega la atención en su configuración. Nuestra
conciencia funciona como una central telefónica, cuyo objetivo es organizar y
priorizar las sensaciones, sentimientos, percepciones e ideas frente a lo que
está sucediendo dentro y fuera del organismo, de tal modo que el cuerpo pueda
evaluarlas y actuar en consecuencia. Al estar consciente, una persona no sólo está
expuesta a una sucesión continua de estímulos, sino que, a diferencia de lo que
le sucede a ella misma mientras duerme o de lo que le ocurre a las demás
especies, es capaz de controlarlos y dirigir el curso de los eventos. La
conciencia es, entonces, “información intencionalmente ordenada”, y cada
cual se encarga de definir qué información ingresa en su sistema, usando para
esto su atención.
Ante los
millones de señales potenciales que están al alcance de una persona en cada
instante, su atención es la encargada de seleccionar las piezas de información
que considera más relevantes para ingresarlas a la conciencia e ir construyendo
con ellas la personalidad. Y como nuestra atención es capaz de escudriñar la
memoria para recuperar en ella las referencias apropiadas que le permitan
evaluar un acontecimiento y elegir un curso de acción, quien controla su
atención, controla su conciencia, pues puede evitar las distracciones y
concentrarse todo el tiempo que desee en alcanzar sus objetivos.
La
combinación de todo lo que ha pasado por la conciencia de una persona
-recuerdos, acciones, deseos, placeres y dolores- configura su personalidad, es
decir, determina la jerarquía de objetivos que la persona ha ido construyendo,
pieza a pieza, a lo largo de la vida. Existe, pues, una relación circular entre
la personalidad y la atención, pues así como uno dirige su atención hacia
aquellas cosas que su personalidad prioriza, asimismo va configurando su
personalidad en función de las cosas a las cuales presta atención.
Piense en
un músico, un médico, un navegante o un cazador. Cada uno de ellos ha entrenado
su atención para procesar señales que de otro modo pasarían inadvertidas. Y
como la atención es la que determina lo que entra o no en la conciencia y, por
tanto, es la responsable de que sucedan otros actos mentales -como el recuerdo,
el pensamiento, el sentimiento o la toma de decisiones-, la forma y el
contenido de la vida dependen de la manera en que se utilice la atención.
En la
misma fiesta, frente a unas condiciones objetivas exactamente iguales, cada
persona enfocará su atención hacia algo diferente, y obtendrá por ello una
percepción única del evento, pues más que existir una sola realidad, hay tantas
realidades como conciencias la experimenten. Así, el extrovertido perseguirá
una interacción placentera con otros, el triunfador buscará contactos útiles,
el libertino explorará oportunidades de romance y el paranoico estará en
guardia, buscando signos de peligro para evitarlos. Y esa inversión de energía
psíquica será la responsable de lo que cada uno obtenga de la experiencia.
Al estar
inmersos en una realidad compleja, en un mundo natural regido por el caos, la
atención tiende a dispersarse y la entropía se apropia de nuestra mente. A la
amenaza de los deseos insatisfechos que dispersan nuestra atención, se le suma
también la impotencia de no poder controlar las fuerzas aleatorias en las que
estamos inmersos y que, por su propia naturaleza, son absolutamente
indiferentes a nuestras necesidades. El volcán que hace erupción, el ciclo de
la vida humana o el movimiento de las partículas escapan a nuestro control,
porque no obedecen a nuestras reglas.
Para
protegerse de ese caos y soportar el desamparo y la angustia que suscitan en
nuestra conciencia, el ser humano ha levantado culturas estableciendo normas,
metas y creencias comunes, en un intento por ordenar el caótico espectro de
posibilidades que ofrece el universo y, de esta manera, reducir el impacto de
la aleatoriedad sobre la experiencia. Pero cuando el bastión de una cultura se
desmorona, cuando las tradiciones étnicas pierden actualidad, cuando el
patriotismo es cuestionado, cuando los cimientos de la religión que explicaba
el universo desparecen, en definitiva, cuando los valores culturales sucumben,
entonces las personas pierden el sostén y se hunden en un pantano de ansiedad y
apatía.
Al
percibir la dimensión de su soledad y notar que todo el despliegue científico y
tecnológico ha sido incapaz de reportarle orden y felicidad, cada persona
reacciona a su modo, volcando toda su atención hacia nuevos propósitos y tratar
así de controlar el caos de las fuerzas externas. Algunos buscan entonces
soporte en un nuevo dogma, otros intentan huir de la angustia mediante el
alcohol y las drogas y otros más tratan de aumentar su riqueza para ampliar su
capacidad de acción y sentir que controlan la realidad. Pero la realidad
seguirá siendo dictada por la forma en que la conciencia perciba los hechos
externos, así que no basta con que éstos cambien para que alguien pueda
considerarse más feliz.
La
batalla por la felicidad es una batalla contra la entropía que desordena la
conciencia. El estado opuesto a esa entropía es el de la experiencia óptima,
que ocurre cuando la información que llega a la conciencia es congruente con
las metas de la personalidad y entonces la energía psíquica puede fluir sin
ningún esfuerzo. Cuando alguien es capaz de organizar su conciencia para
maximizar las situaciones de flujo, su calidad de vida mejorará
invariablemente, porque incluso los asuntos rutinarios del trabajo o el hogar
podrán adquirir un propósito y volverse fuentes de disfrute.
A
diferencia de la simple experimentación del placer, cuyo disfrute es instantáneo
y puede lograrse sin mayor esfuerzo (como sucede con las drogas o con el sexo
fácil), la experiencia óptima requiere una atención totalmente concentrada que
genera un movimiento hacia delante, capaz de reconfigurar la conciencia y crear
orden en ella. Cuando alguien ha optado por una meta y se involucra en ella
hasta los límites de su concentración, cualquier cosa que haga le resultará
agradable. Como sucede en los cuentos tradicionales en que los protagonistas “vivieron
felices y comieron perdices”, el disfrute no llega solo, sino que es el
resultado de haber combatido dragones, maleficios u obstáculos de todo tipo. Y
una vez que alguien ha probado este goce, doblará sus esfuerzos para probarlo
de nuevo. Por ello, las experiencias que hacen fluir la mente permiten que la
personalidad crezca y se haga más compleja.
La experiencia autotélica
En su
raíz etimológica, la palabra autotélica viene de los vocablos griegos auto
y telos que significan, respectivamente, “en sí mismo” y “finalidad”.
Una experiencia autotélica es aquella en la que la recompensa obtenida se
deriva del mismo acto de realizar la actividad. Es decir, la atención de quien
la experimenta se centra en la actividad en sí misma y no en sus posibles
consecuencias.
En una
situación así, la energía psíquica trabaja para reforzar la personalidad en
lugar de perderse en unas metas extrínsecas y el resultado inmediato es una
sensación de disfrute y realización. Por esto, las experiencias autotélicas no
están garantizadas por la presencia de ciertos factores exteriores, sino que
responden prioritariamente a la disposición interna de la conciencia para
evitar la ansiedad y el aburrimiento, poniendo orden en el caos de la mente. De
hecho, una de las conclusiones obtenidas mediante el Método de Muestreo de la
Experiencia fue que las actividades de ocio barato suelen ser mucho más
satisfactorias que las que son costosas, desde el punto de vista de los
recursos requeridos para ellas.
Hace ya
muchos siglos, Marco Aurelio sentenció: “Si te sientes dolido por las cosas
externas, no son éstas las que te molestan, sino tu propio juicio acerca de
ellas. Y está en tu poder el cambiar este juicio ahora mismo”. De igual
manera, la experiencia óptima, aquella que disfrutamos por ser un fin en sí
misma, es un proceso que ocurre en cada persona y que no depende de lo que
sucede en el mundo, sino de la forma en que ese individuo lo asimila.
La
investigación que a este respecto se llevó adelante durante doce años, y en la
cual se estudió la vida diaria de miles de personas en todo el mundo, permite
elucidar algunos elementos comunes en sus descripciones sobre los momentos de
mayor disfrute y realización. Independientemente de que se trate de un escolar
en Asia, de un joven escalador en Norteamérica, de un ajedrecista soviético, de
una abuela en las montañas de los Alpes o de un director de empresa, la
descripción de lo que sienten cuando viven una experiencia de este estilo es
sorprendentemente parecida. De sus testimonios se han extraído las siguientes
ocho características, que en su conjunto permiten comprender mejor la
naturaleza de tales experiencias:
1-
Desafío que requiere habilidades. Según los testimonios recogidos, el disfrute en
una actividad llega a su punto máximo cuando los desafíos están en justo
equilibrio con las habilidades personales. Cuando un tenista hábil se enfrenta
con uno menos diestro, el primero se aburrirá, mientras que el segundo se
sentirá ansioso y frustrado. El disfrute sólo aparece cuando se logra el punto
medio entre el aburrimiento y la inquietud. Esto explica por qué las
actividades de flujo conducen al crecimiento y al descubrimiento; nadie puede
disfrutar haciendo lo mismo durante mucho tiempo.
Por lo
general, la actividad autotélica debe tener unos objetivos que sean alcanzables
gracias al conjunto de habilidades y destrezas que la persona posee. Y esas
actividades pueden ser físicas, como sucede con el deporte, o mentales, como
sucede con la lectura o con cualquier otra actividad en la que haya que
manipular información simbólica.
Las
competiciones son una forma corriente de encontrar desafíos que pueden
estimular y agrandarse, pero cuando vencer al adversario se vuelve más
importante que lograr el mejor desempeño posible, entonces el disfrute tiende a
desaparecer. Una competición es agradable cuando se la percibe como un medio
para perfeccionar las propias habilidades, pero no cuando es asumida como un fin
en sí misma.
2-
Concentración y enfoque. Cierto jugador de ajedrez afirmaba que cuando se juega una partida en
un torneo “el techo podría caerse y, si no le cayese justo encima, usted no
se daría ni cuenta”. Cuando la atención está completamente absorta en una
actividad, lo que la persona está haciendo llega a ser algo espontáneo, casi
automático, y el protagonista deja de ser consciente de sí mismo como un ser
separado de lo que hace. Por eso muchos describen la experiencia como un estado
de flujo, en el que la mente discurre libre y armónicamente.
En la
medida en que la atención está completamente dirigida a la acción que se
realiza, la persona alcanza un altísimo grado de concentración en un campo muy
limitado y concreto de atención.
3- Metas
claras. Aunque
el tiempo que duran las distintas actividades placenteras es muy variable, y
mientras que unas culminan en pocos segundos otras pueden alargarse días
enteros, en todas ellas la persona es consciente de las metas o propósitos
finales. Así, el jugador de tenis tiene claro que debe lograr ubicar la pelota
en el área de su rival, el navegante de alta mar sabe que en algún momento
deberá arribar a tierra firme y la anciana que fluye diariamente mientras cuida
de sus vacas y de su huerto sabe que de allí obtendrá el alimento.
En el
caso de los artistas se da una situación particular. A pesar de saber que
quieren pintar un cuadro, componer una canción o escribir una historia, sus
metas siguen siendo bastante difusas y sólo se van definiendo en el transcurso
de la actividad creativa. Pero según lo detectado en este estudio, las
actividades que llevan en su propia esencia el libre espacio de la
improvisación, sólo llegan a disfrutarse cuando sus protagonistas son capaces
de ir construyendo las reglas y las metas sobre la marcha. Y así como el pintor
va definiendo con cada trazo su objetivo final, así mismo los músicos de jazz
van dándole un cauce definido a una improvisación musical.
4-
Directa e inmediata retroalimentación. Muchos cirujanos afirman que una de las razones por
las que les apasiona su trabajo es el hecho de que, al realizar una operación,
pueden saber directamente si lo están haciendo bien o no. Y agregan que no
soportarían la situación de un médico interno, ni mucho menos la de un
psicoanalista, que sólo obtienen pruebas de su rendimiento en un periodo largo
e incierto de tiempo.
Tan
cierto como que la sensación de estar haciendo algo bien es uno de los
componentes de la experiencia óptima, lo es el hecho de que todas las personas
son capaces de afinar su atención para percibir las señales de éxito o
aprobación de formas que a otros les resultan invisibles. Hasta el
psicoanalista puede encontrar retroalimentación continua en los gestos,
palabras o actitudes de su paciente, e incluso el artista que compone en
solitario puede tener indicios de que su obra está bien realizada.
En
realidad, el tipo de retroalimentación que se reciba es irrelevante: lo
importante es poder tener la sensación de que la tarea o actividad se está
haciendo bien, porque sentir que se ha tenido éxito en alcanzar la meta crea
orden en la conciencia y fortalece la estructura de la personalidad.
5- No hay
espacio para otras informaciones. Cierto escalador definía este hecho muy
atinadamente con la siguiente descripción de sus ascensos en la roca: “Todo
lo que puedo recordar son los últimos treinta segundos, y todo lo que puedo
pensar hacia el futuro se concentra en los próximos cinco minutos”. En los
momentos de flujo la atención excluye toda la información que ocupa la cabeza y
que no es de utilidad para lo que se está realizando; las preocupaciones de la
vida ordinaria quedan excluidas de la mente. Es como si la persona, mientras se
mantiene la actividad, desconectara su memoria y alejara la entropía poniendo
orden en su mente y olvidando los aspectos desagradables de la vida.
6- Un
sentimiento de control personal sobre la situación o actividad. Según los testimonios directos,
el disfrute de las actividades de riesgo como el vuelo con ala delta, el
alpinismo o el buceo a gran profundidad, no deriva del peligro en sí mismo,
sino de la capacidad para minimizarlo. Y aunque algunas personas afirman que
detrás de un deportista de riesgo se esconde una personalidad patológica que se
deleita tentando a la muerte, el placer que se deriva de estas actividades
surge precisamente de una saludable sensación de ser capaz de controlar fuerzas
potencialmente peligrosas. En toda actividad existen unos peligros objetivos,
que son impredecibles e inevitables (como por ejemplo, un derrumbe) y unos
peligros subjetivos, que provienen de la falta de habilidad o la incapacidad
para estimar correctamente los peligros. Los deportistas de riesgo buscan
limitar tanto como sea posible los primeros y eliminar por completo los
segundos, mediante una rigurosa disciplina y una sólida preparación.
Pero esto
no es una característica exclusiva de los deportes de riesgo, pues toda experiencia
de flujo involucra la sensación de tener el control o la falta de preocupación
por perderlo. De hecho, dicha sensación de controlar la entropía explica
también por qué las actividades de flujo pueden ser tan adictivas y por qué,
por ejemplo, tantos ajedrecistas vuelven la espalda al “desorden” del mundo
real.
Si bien
algunos consideran que los juegos de azar constituyen una excepción a esta
regla, lo cierto es que el disfrute de estos jugadores está íntimamente ligado
a la sensación subjetiva de que controlan el destino y de que sus habilidades
juegan un papel importante en el resultado.
7-
Pérdida del sentimiento de autoconciencia. Cuando se experimenta la
sensación de flujo, desaparece de la conciencia algo a lo que comúnmente
dedicamos mucha atención: la propia personalidad. Muchas personas describen
estos episodios diciendo que es como si no tuviesen ego, y como las demandas del
“yo” consumen continuamente una elevada cantidad de energía, el liberarse de
ellas deja el camino libre para que la atención se dedique a otros fines.
Paradójicamente, cuando logramos olvidarnos de quién o de qué somos, podemos
expandir aquello que somos. La experiencia óptima permite así una forma de
trascendencia, pues al perder momentáneamente la personalidad, sobrepasamos el
propio yo, que podrá emerger con más fuerza tras la experiencia vivida.
Este
fenómeno, adicionalmente, suele venir aparejado a una sensación de fusión con
el entorno que, según el caso, puede estar configurado por la montaña, el mar,
el colectivo de personas con el que se realiza la actividad o cualquier otro
componente del cosmos.
8-
Distorsión del sentido del tiempo. Durante el disfrute de la experiencia autotélica,
la dimensión objetiva del mundo externo se vuelve irrelevante, y la percepción
subjetiva de la experiencia temporal se ve alterada. Por eso muchas personas
afirman que el tiempo parece pasar más rápidamente, mientras que otros, como un
bailarín de ballet describiendo un complicado giro que dura menos de un segundo
en tiempo real, afirman que los segundos pueden llegar a durar eternidades.
Las condiciones para el disfrute
Aunque en
algunas ocasiones la experiencia autotélica pueda ser el resultado de una
coincidencia afortunada entre las condiciones externas y las internas, lo
normal es que sea el resultado de una actividad estructurada, que exige un
esfuerzo inicial que ha costado realizar. En todo caso, las investigaciones
adelantadas permiten ver que hay algunas actividades especialmente propicias
para suscitar estados de flujo, y que hay, también, ciertas características
personales que ayudan a alcanzar ese estado de disfrute y trascendencia.
En cuanto
al primer aspecto, muchas de las actividades que el hombre ha diseñado tenían
como finalidad original garantizar el disfrute. De hecho, si la ciencia misma
no le hubiera reportado algún tipo de placer al ser humano, cabría preguntarse
si el curso de la humanidad no habría sido completamente diferente. En todo
caso, cuando pensamos en los rituales, en los juegos, en las expresiones
artísticas, en los deportes o en otras actividades cuya función primaria es la
de ofrecer experiencias agradables, nos encontramos frente a experiencias
autotélicas, en el sentido de que su finalidad no va más allá del placer de
realizarlas.
El caso
de los juegos es muy ilustrativo. Roger Caillois establece una diferencia entre
cuatro tipos de juegos: los de competencia, que llama agon; los de azar,
o alea; los de vértigo, ilinx, y los de representación, mimesis.
Todos ellos tienen en común el hecho de que ofrecen una sensación de
descubrimiento creativo que transporta a la persona a una nueva realidad. Por
eso, al competir en una carrera, al jugar a los dados, al tirarse en paracaídas
o al interpretar un rol teatral, la personalidad logra entrar en un estado de
flujo y aumentar de esa forma su complejidad.
La
cultura en la cual habita una persona puede facilitar o limitar sus
experiencias óptimas. Al fin y al cabo, la cultura opera como un juego a gran
escala, pues impone una serie de reglas y de metas que permiten canalizar la
atención de las personas y, en el caso de que éstas cuenten con las habilidades
necesarias para desempeñarse en ese espectro, pueden facilitar la ocurrencia de
experiencias óptimas. En otros casos, sin embargo, los valores culturales
pueden dificultar la aparición de experiencias individuales de flujo, como
cuando tienden a censurar el disfrute o cuando promueven la esclavitud o la
opresión. Más concretamente, existen dos situaciones típicas que, a nivel
social, obstaculizan el placer individual. La primera está dada por la anomia,
que se caracteriza por una ausencia de reglas claras, y la segunda por la alienación,
que se presenta cuando el sistema lleva a las personas a actuar de forma
contraria a sus propias metas. En el primer caso, el individuo no sabe en qué
invertir la energía psíquica; en el segundo, no puede enfocarla hacia lo que
realmente desea.
En todo
caso, y como ya se ha dicho, las circunstancias externas no son suficientes
para explicar el fenómeno del flujo. Así como una persona libre, en una cultura
que promueve el disfrute y la felicidad, puede ser incapaz de superar el tedio
y la apatía al realizar una actividad típicamente satisfactoria, una persona
puede vivenciar una experiencia óptima en medio de la adversidad más
aterradora: ahí están para probarlo los testimonios de muchos supervivientes de
los campos de concentración o las personas que tras quedar parapléjicas o
ciegas, sostienen que su desgracia les ha permitido enfocar su atención en unas
metas muy bien definidas, reduciéndoles las elecciones no esenciales y, de esta
forma, dándole sentido a su existencia. Ante estos ejemplos de control de la
conciencia y de virtud, conviene recordar estas palabras que Francis Bacon
atribuía a Séneca: “Las cosas buenas que provienen de la prosperidad deben
ser deseadas, pero las cosas buenas que provienen de la adversidad deben ser
admiradas”.
Si bien
las investigaciones para indagar por qué algunos individuos son más proclives a
experimentar flujo no han dado una respuesta unívoca sobre las características
personales que facilitan su desarrollo, sí han podido, por el contrario,
identificar algunas circunstancias personales que actúan de impedimento para
disfrutar una experiencia óptima. Entre ellas se han catalogado especialmente
cuatro perfiles: los esquizofrénicos, los que sufren un desorden de atención,
los que sienten aversión al ridículo y los egoístas. En todos los casos, el
problema tiene que ver con el control de la propia conciencia y la capacidad de
enfocar la atención. Los esquizofrénicos son incapaces de mantener las cosas
dentro o fuera de la conciencia, las personas con desórdenes de atención no
pueden concentrarse y, por tanto, su energía psíquica resulta demasiado
errática y fluida. Por su parte, tanto los tímidos como los egoístas tienden a
canalizar su atención hacia ellos mismos, privándose de la posibilidad de
disfrutar cosas que están fuera de ellos cuando no les reportan beneficios o
pueden ocultar una amenaza.
La “gente
de flujo”, en definitiva, sería aquella que logra disfrutar de situaciones que
otros encontrarían insufribles y convertir condiciones objetivamente adversas
en experiencias subjetivamente agradables. Tal vez la característica primordial
de estas personalidades consista en no ser conscientes de sí mismas o en tener
un propósito firmemente dirigido que apunta hacia fuera del propio yo. Contar
con la autoconfianza necesaria para poder concentrar la energía psíquica en
algo diferente de uno mismo da la libertad para observar y analizar el entorno,
y descubrir en él nuevos retos para la acción. Bertrand Russell sintetizó con
precisión lo que constituye construir una personalidad autotélica: “Gradualmente
aprendí a ser indiferente a mi yo y mis deficiencias; centré mi atención cada
vez más sobre los objetos externos”.
Las formas del disfrute
A efectos
de una experiencia óptima, la distinción entre actividades que involucran el
cuerpo y actividades que involucran la mente tiende a ser engañosa, pues si se
quiere que sea agradable, toda actividad mental tiene un soporte en la
dimensión física y toda actividad física implica un componente mental. Así, por
ejemplo, aunque el disfrute sexual tiende a ser el resultado de una interacción
física, la víctima de una violación difícilmente experimentará placer.
En todo
caso, es posible establecer una distinción aproximada entre las actividades de
disfrute predominantemente físicas y aquellas en las que el placer se deriva,
especialmente, de un ejercicio de la mente. Entre las primeras es posible
incluir todas las funciones que puede desempeñar el cuerpo humano, como ver,
oír, tocar, saborear, nadar, correr, escalar y muchas otras, pues a cada una de
ellas corresponden diferentes experiencias de flujo. Entre las segundas, habría
que incluir todas las experiencias placenteras de naturaleza simbólica que se
apoyan en un sistema abstracto de notación, como el lenguaje o las matemáticas,
más que en un objeto o sensación accesible a los sentidos.
Lo más
sencillo para mejorar la calidad de vida consiste en aprender a controlar el
cuerpo y sus sentidos. Cuando éstos no han sido educados, arrojan una
información caótica; pero si uno toma conciencia de las capacidades del cuerpo
y aprende a imponer orden en él, la entropía cederá ante una agradable armonía
en la conciencia. En realidad, el disfrute de las actividades físicas no
depende de lo que se hace, sino de la forma en que se hace. Para alcanzar el
flujo, músculo y cerebro deben involucrarse de la forma indicada; no basta con
realizar las actividades buscando una meta externa, como estar a la moda,
sobresalir u obtener privilegios.
Quizás
nada ilustre tan claramente el cambio en nuestras actitudes hacia el valor de
la experiencia como la evolución de las palabras “amateur” y “diletante”, que
ya no se usan para elogiar los estados subjetivos, sino para catalogar la
calidad del rendimiento. “Amateur”, que viene del verbo latín amare (amar),
se refería a la persona que amaba lo que hacía, mientras que “diletante”, del
latín delectare (que significa “encontrar delicia en”), aludía a alguien
que disfrutaba realizando una actividad determinada. La connotación negativa
que han asumido estos dos términos es el resultado de una confusión entre metas
intrínsecas y extrínsecas.
Con todas
las actividades físicas ocurre lo mismo que con la sexualidad; pueden ser
tortuosas o pueden ser una enorme fuente de disfrute, si se está dispuesto a
controlarlas y cultivarlas para lograr una complejidad mayor. Y así como los
placeres sexuales se canalizan y sofistican a través del erotismo, así mismo la
necesidad física de ingerir calorías se ha convertido en un arte que ofrece
placer y disfrute.
Pero para
alcanzar la experiencia óptima es indispensable prestar atención a los
estímulos que llegan a nuestros sentidos. Un gourmet invierte su energía
psíquica en desarrollar un paladar discriminativo, un esteta refina su sentido
de la vista contemplando obras de arte y hermosos paisajes y un melómano no se
limita a oír los sonidos, sino que pone toda su atención en escucharlos. Y
todos ellos logran entrar en estado de flujo a través del gusto, la visión o el
oído.
En todo
caso, y como ya se dijo, las cosas buenas de la vida no provienen solamente de
los sentidos. Algunas de las mejores experiencias se generan dentro de la
mente, cuando nuestras habilidades de pensar se enfrentan a un desafío
adecuado. Jugar con las ideas es algo intrínsecamente placentero y, por eso la
ciencia, la historia y la filosofía constituyen fuentes inagotables de
disfrute. Siempre que nos enfrentamos a un sistema de notación abstracto le
proponemos a nuestra mente un desafío interno cuya resolución es fuente de
disfrute. Así, por ejemplo, hay individuos que son expertos en interpretar una
partitura y no necesitan escuchar las notas reales para disfrutar de una pieza
musical.
La
actividad de disfrute mental más frecuentemente mencionada es la lectura. Pero
junto a ella existe una infinidad de actividades que involucran a las palabras,
ya que éstas permiten entrar en flujo a diversos niveles de complejidad. Una
forma sencilla consiste en resolver crucigramas y otra más elevada es el arte
de la conversación cuando esta no persigue objetivos prácticos, sino que se
desarrolla por el solo placer que ella misma produce. Desde que somos pequeños,
experimentamos un enorme placer en jugar con las palabras, intercambiarlas,
discurrir por sus ambigüedades, construir con ellas nuevas realidades. La
escritura, por ejemplo, pone las palabras al servicio de nuestra imaginación,
permitiéndonos construir realidades diferentes, y por eso mismo es una fuente
potencial de experiencias óptimas.
Las
habilidades necesarias para llegar a ser un gran poeta, un atleta profesional,
un experto catador de vinos, un científico o un bailarín de ballet son tan
difíciles de desarrollar que casi nadie tiene la suficiente energía psíquica
para desarrollar más de una. Sin embargo, cualquiera puede llegar a ser un
diletante en muchas áreas, desarrollando las habilidades suficientes para
encontrar deleite en muchas de las cosas que el cuerpo y la mente pueden hacer.
Conclusión
En un
lapso de doce años, desde la primera aparición de artículos en revistas
académicas sobre el flujo, este concepto ha resultado muy útil a psicólogos,
sociólogos, antropólogos, evolucionistas y religiosos. Pero su alcance ha
rebasado el ámbito de las discusiones académicas y ha encontrado un sinnúmero
de aplicaciones prácticas; instituciones educativas, organizaciones
empresariales, diseñadores de productos para el ocio y el disfrute,
psicoterapeutas clínicos y muchos otros, han encontrado en la noción de “flujo”
una alternativa inestimable para mejorar la calidad de vida de las personas.
Por la
gran influencia que ejercen sobre nosotros y por los largos periodos que
dedicamos a ellas, las dos dimensiones de la vida humana que mayor impacto
tienen en la calidad de vida son el trabajo y las relaciones con otras
personas. En ambos casos, una conciencia bien estructurada, capaz de enfocar la
atención en actividades intrínsecamente gratificantes, podrá sacar el máximo
provecho de las situaciones, derivando de ellas diferentes fuentes de disfrute.
Hay dos
caminos para aumentar las experiencias óptimas en la vida. El primero consiste
en cambiar las fuerzas externas y buscar escenarios más propicios para el disfrute.
No se puede ignorar, por ejemplo, que algunas culturas de cazadores nómadas se
hundieron en el más profundo desasosiego cuando las circunstancias les
obligaron a asentarse en un lugar y desarrollar la agricultura. Y de la misma
forma en que para ellos la caza resultaba mucho más divertida que la
agricultura, está claro que la gente disfruta más con un trabajo activo y
creativo que con las tareas puramente mecánicas de la era industrial.
Sin
embargo, las circunstancias externas no garantizan el disfrute personal. Al fin
y al cabo, antes que ser una dimensión más de la vida, la experiencia subjetiva
constituye la vida misma. El disfrute depende, pues, de la capacidad de cada
uno para sentirlo. El segundo camino, y en gran medida el verdadero, implica
forjarse una personalidad autotélica, aprendiendo a controlar la conciencia, a
reconocer oportunidades para la acción, a mejorar las habilidades y a fijarse
metas alcanzables. Quienes lo logran, tienen todo el potencial para vivir una
vida llena de riqueza, intensidad y significado.
Biografía del autor
Mihaly
Csikszentmihalyi (pronunciado
como chik-sent-mijayi) nació en 1934 en Fiume, Italia (en la actualidad Rijeka,
Croacia), en el seno de una familia húngara. Tras sufrir las calamidades de la
Segunda Guerra Mundial y después de recorrer el continente europeo, llegó a
Estados Unidos en 1956 con apenas 1,25 dólares en los bolsillos. Allí consiguió
ingresar en la Universidad de Chicago para realizar estudios de psicología. En
1965 obtuvo su doctorado en dicha facultad, de la que luego sería profesor y
decano, y desde entonces ha liderado una de las áreas
más productivas de la investigación psicológica contemporánea. Ha logrado el reconocimiento mundial por sus obras sobre la
naturaleza de la felicidad y la creatividad,
que han sido traducidas a múltiples idiomas y
son referencia obligada en campos diversos de la psicología y los negocios. Csikszentmihalyi dirige actualmente el
Quality of Life Research Center (QLRC).
-
Síntesis
Fluir
(Flow)
¿Qué
es?
Flujo
o fluir, es un concepto que tiene mucha fuerza entre las diferentes ramas
sociales como psicología, antropología, etc. que trascendió el ámbito académico
y ha encontrado un sinnúmero de aplicaciones prácticas y una alternativa inestimable para
mejorar la calidad de vida de las personas. Promulgando la importancia de una
conciencia bien estructurada, capaz de enfocar la atención en actividades
intrínsecamente gratificantes, con la que podrá sacar el máximo provecho de las
situaciones, y gozar en el proceso.
Estar en un estado de "Flujo". Es estar en una experiencia óptima en la que no solo ha escapado a la ansiedad y el aburrimiento, sino que ha logrado poner en orden el caos reinante de su mente, con lo que experimenta un disfrute que va más allá del placer instantáneo de los sentidos y además un fuerte desarrollo en sus metas. Es esto en últimas lo que esconde la esencia de una vida feliz.
¿Se puede provocar ese estado?
Muchos
han sido los estudios que se han realizado intentando resolver la pregunta de
cómo ser feliz (Fluir), sin embargo, en este aspecto poco hemos logrado avanzar
en miles de años, Pues las formas de llegar a ello son tan diversas como
cantidad de personalidades existen y por ende no hay un conjunto de reglas a
seguir para alcanzarlo. No obstante, hay algunas ideas a tener en cuenta que nos
serán de mucha ayuda.
¿Qué debemos entender para ayudarnos
en este propósito?
Entender
que día a día al elegir a lo que prestamos atención abrimos paso a nuestra
conciencia y está a su vez es la que va configurando nuestras
sensaciones, recuerdos, acciones, deseos, placeres y dolores, con lo que
configuramos nuestra personalidad. Existe, pues, una relación circular
entre la personalidad y la atención. La forma y el contenido de la vida
dependen de la manera en que se utilice la atención.
Evadir
la sensación continua de que existen otras cosas para hacer la vida mejor, pues
esto dificulta el disfrute de lo que se tiene en el presente, en la medida en
que propicia la “entropía” -desorden mental psíquico que nos dispersa sin
un rumbo claro- con lo cual tratamos de atender las múltiples necesidades o
amenazas que se le presentan a la mente.
La batalla
por la felicidad es una batalla contra la entropía que desordena la conciencia.
El estado opuesto a esa entropía es el de la experiencia óptima, que ocurre
cuando la información que llega a la conciencia es congruente con las metas de
la personalidad y entonces la energía psíquica puede fluir sin ningún esfuerzo.
Cuando alguien es capaz de organizar su conciencia para maximizar las
situaciones de flujo, su calidad de vida mejorará invariablemente, porque
incluso los asuntos rutinarios del trabajo o el hogar podrán adquirir un
propósito y volverse fuentes de disfrute.
A
diferencia de la simple experimentación del placer, cuyo disfrute es
instantáneo y puede lograrse sin mayor esfuerzo (como sucede con las drogas o
con el sexo fácil), la experiencia óptima requiere una atención totalmente
concentrada que genera un movimiento hacia delante, capaz de reconfigurar la
conciencia y crear orden en ella. Cuando alguien ha optado por una meta y se
involucra en ella hasta los límites de su concentración, cualquier cosa que
haga le resultará agradable. Como sucede en los cuentos tradicionales en que
los protagonistas “vivieron felices y comieron perdices”, el disfrute no
llega solo, sino que es el resultado de haber combatido dragones, maleficios u
obstáculos de todo tipo. Y una vez que alguien ha probado este goce, doblará
sus esfuerzos para probarlo de nuevo. Por ello, las experiencias que hacen “fluir”
la mente permiten que la personalidad crezca y el ser humano evolucione.
Así pues,
para alcanzar experiencias óptimas es indispensable prestar atención a los
estímulos que llegan a nuestros sentidos para evadir las distracciones efímeras
y canalizar nuestra atención y energía psíquica en lo realmente importante; con
el tiempo la entropía cederá ante una agradable armonía en la conciencia.
¿Qué factores externos e internos
influyen en las experiencias optimas?
Aunque en
algunas ocasiones la experiencia autotélica (aquella en la que la recompensa
obtenida se deriva del mismo acto de realizar la actividad y no en sus posibles
consecuencias) puede ser el resultado de una coincidencia afortunada entre las
condiciones externas y las internas, lo normal es que sea el resultado de una
actividad estructurada, que exige un esfuerzo inicial que ha costado realizar.
Sin embargo, aunque muchas de las actividades que el hombre ha diseñado tenían
como finalidad original garantizar el disfrute y ofrecer experiencias
agradables, nos encontramos frente a experiencias autotélicas, en el sentido de
que su finalidad no va más allá del placer de realizarlas.
También los
valores culturales pueden facilitar o dificultar la aparición de experiencias
individuales de flujo de diversas formas, pero las circunstancias externas no
son suficientes para explicar el fenómeno del flujo. Así como una persona
libre, en una cultura que promueve el disfrute y la felicidad, puede ser
incapaz de superar el tedio y la apatía al realizar una actividad típicamente
satisfactoria, una persona puede vivenciar una experiencia óptima en medio de
la adversidad más aterradora: ahí están para probarlo los testimonios de muchos
supervivientes de los campos de concentración entre otros muchos ejemplos de
personas que sostienen que sus desgracias le han dado sentido a su existencia.
Aunque
las investigaciones para indagar por qué algunos individuos son más proclives a
experimentar flujo no han dado una respuesta unívoca sobre las características
personales que facilitan su desarrollo, sí han podido, por el contrario,
identificar algunas circunstancias personales que actúan de impedimento para
disfrutar una experiencia óptima. Entre ellas se han catalogado especialmente
cuatro perfiles: los esquizofrénicos, los que sufren un desorden de atención,
los que sienten aversión al ridículo y los egoístas. En todos los casos, el
problema tiene que ver con el control de la propia conciencia y la capacidad de
enfocar la atención. Los esquizofrénicos son incapaces de mantener las cosas
dentro o fuera de la conciencia, las personas con desórdenes de atención no
pueden concentrarse y, por tanto, su energía psíquica resulta demasiado
errática y fluida. Por su parte, tanto los tímidos como los egoístas tienden a
canalizar su atención hacia ellos mismos, privándose de la posibilidad de
disfrutar cosas que están fuera de ellos cuando no les reportan beneficios o
pueden ocultar una amenaza.
Conclusión
La “gente
de flujo”, en definitiva, sería aquella que logra disfrutar de situaciones que
otros encontrarían insufribles y convertir condiciones objetivamente adversas
en experiencias subjetivamente agradables. Cuentan con la autoconfianza
necesaria para poder concentrar la energía psíquica en algo diferente de uno
mismo, la libertad para observar y analizar el entorno, y descubrir en él
nuevos retos para la acción.
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