Resumen
Cómo Hacer Amigos e Influir
Sobre las Personas
por Dale Carnegie
Ponerse en la piel de los demás para transformar
las relaciones personales
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Introducción
Cuando contempla la fotografía de
un grupo en el que aparece usted, ¿a quién mira primero? Aunque no lo andemos
diciendo por ahí, a los seres humanos nos causa mucha más preocupación y
sufrimiento un ligero dolor de muelas que una catástrofe humanitaria ocurrida
al otro lado del globo terráqueo. Y así como usted da prioridad a sus propios
intereses, las demás personas privilegian igualmente aquello que consideran
fundamental. Piénselo entonces: si usted quiere ganarse la simpatía de los
demás, persuadirlos para que realicen o no, ciertas acciones, y contribuir a
que la vida de los otros sea mejor, lo primero que debe hacer es ponerse en el
lugar de ellos e intentar saber qué es lo que quieren.
Las siguientes reglas para tratar
con los demás no son trucos mágicos que puedan arreglar la vida de nadie. Son
el resultado de muchas experiencias verídicas, en las que sus protagonistas han
sabido pensar desde el punto de vista de otra persona y ver las cosas desde ese
ángulo. Sería ingenuo asumir que siempre se obtendrá una reacción favorable por
parte del otro cuando se utilicen estos métodos, pero el caudal de experiencias
que se apoyan en estos principios indica que es más probable cambiar actitudes
valiéndose de ellos que no haciéndolo; y si con estos métodos logra usted
aumentar su rendimiento aunque sea en un diez por ciento, entonces podrá
preciarse de ser un líder un diez por ciento más eficaz y disfrutar los
beneficios de ello.
Técnicas fundamentales
para tratar a los demás
REGLA 1. No critique, no condene
ni se queje. Lewis
Lawes, quien fuera alcaide de la famosa cárcel de Sing Sing, en Nueva York,
afirmó con tino que pocos de los criminales que hay en Sing Sing se
consideran hombres malos. Tal es la naturaleza humana, que permite afirmar
que noventa y nueve veces de cada cien, ningún hombre se critica a sí mismo,
por grandes que sean sus errores, y que, por el contrario, aprovecha el menor
pretexto para descargar en otros sus críticas más acérrimas. Pero además de ser
peligrosas porque lastiman el orgullo, socavan la autoestima y hacen emerger el
resentimiento, las críticas son inútiles, pues en lugar de provocar cambios
duraderos, ponen al criticado a la defensiva y listo para justificarse.
Son miles las páginas de la
historia donde encontrar ejemplos de la inutilidad de la crítica. Lincoln lo
supo y por eso dijo No juzgues si no quieres ser juzgado, y cuando otras
personas hablaban duramente de la gente del sur de los Estados Unidos, él
respondía: No los censuréis; son tal como seríamos nosotros en
circunstancias similares. Cualquiera puede criticar, censurar y quejarse, y
casi todos los tontos lo hacen. Pero se necesita carácter y dominio de sí mismo
para ser comprensivo y capaz de perdonar. En lugar de condenar a la gente,
intente comprenderla.
REGLA 2. Demuestre aprecio
honrado y sincero. John
Dewey sostenía que el impulso más profundo de la naturaleza humana es el
deseo de ser importante. Sin ese anhelo, que llevó a Colón a reclamar el
título de “Almirante del Océano y Virrey de las Indias”, que hizo que Catalina
la Grande se negara a abrir las cartas que no estuvieran dirigidas a “Su
Majestad Imperial” o que Washington se hiciera llamar “Su Grandeza, el
Presidente de los Estados Unidos”, sin ese anhelo que ha inspirado siempre a
pensadores y artistas inmortales, nuestra civilización no habría sido posible.
Alfred Lunt, uno de los actores más destacados de su época, declaró: Nada
hay que yo necesite tanto como alimento para mi propia estima.
Cada persona satisface su deseo
de ser alguien de una forma diferente y esa es la característica que mejor
define su carácter. De hecho, los manicomios están llenos de sujetos que han
encontrado en la locura la importancia que en la cordura les ha sido negada.
Así, si algunas personas tienen tanta sed de importancia que llegan a la
demencia, imagine por un instante los milagros que podría usted lograr con tan
sólo ofrecerle al prójimo una honrada apreciación de su relevancia. Charles
Schwab, primer presidente de la United States Steel Company, y diestro como
pocos en este arte, explicaba su éxito con estas sencillas palabras: Si algo
me gusta, soy caluroso en mi aprobación y generoso en mis elogios.
No se trata de ser adulador y
embriagar a los demás con artificiales lisonjas, pues como sucede con el dinero
falso, la adulación nos puede poner en aprietos si queremos hacerla circular.
Se trata de reconocer las fortalezas del otro y apreciarlas de forma sincera.
Hacer lo que hacía Emerson, cuyo prestigio personal no le impedía reconocer y
elogiar las cualidades ajenas: Todo hombre que conozco es superior a mí en
algún sentido. En ese sentido, aprendo de él.
REGLA 3. Despierte en los demás
un deseo vehemente. Si
quiere que los otros se interesen por algo, póngase en su posición, piense qué
les gusta, hábleles de lo que ellos quieren y muéstreles cómo conseguirlo. Al
fin y al cabo, uno sólo hace aquello que quiere hacer, pues el auténtico motor
de las acciones humanas es el deseo personal de realizarlas. En lugar de
hablarle al otro de lo que usted quiere que haga, tómese una pausa y piense: ¿cómo
puedo lograr que desee hacerlo?. Entonces podrá presentar las cosas de modo
que el otro pueda ver que le generan beneficios.
El vendedor que logra
demostrarnos que sus servicios o sus productos nos ayudarán a resolver nuestros
problemas, no tendrá que esforzarse por vendernos nada. Ya lo compraremos
nosotros. Haga como el padre de Tim, aquel niño que iba a comenzar el
parvulario al día siguiente y se negaba a ir, entre lágrimas y gritos. En lugar
de obligarlo por la fuerza, el padre sacó unas pinturas e invitó a su esposa y
a su otro hijo a pintar con los dedos en la cocina. Cuando Tim quiso participar
en la actividad, su padre le dijo: Oh, no, tienes que ir al parvulario para
aprender a pintar con los dedos. Esas pocas palabras bastaron para
despertar todo el interés de Tim por el parvulario, y al día siguiente no veía
la hora de comenzar las clases.
Seis
maneras de agradar a los demás
REGLA 1. Muestre un interés sincero
por los demás. Un
siglo antes de que naciera Jesucristo, un famoso poeta romano, Publilio Syro,
señaló: Nos interesan los demás cuando se interesan por nosotros.
¿Alguna vez ha pensado en la estrategia del perro para ganarse el sustento sin
trabajar? Mientras que la gallina pone huevos, el canario canta y la vaca
entrega su leche, el perro se gana la vida con sólo demostrando cariño por el
dueño. Él sabe que todos los humanos, sean obreros en una fábrica, empleados en
una oficina, o incluso reyes, gustan de aquellos que los admiran o que
simplemente se alegran de su compañía.
Un interés genuino en la otra
persona es la cualidad más destacada que puede poseer un vendedor o, en
realidad, cualquier persona. Howard Thurston, uno de los magos más famosos de
la historia, cifraba su éxito en su amor por el público y, por eso, antes de
salir al escenario siempre se repetía mentalmente: adoro a mi público, le
estoy agradecido. Igualmente, los biógrafos de Roosevelt no dejan de
sorprenderse ante su capacidad para interesarse por cada persona, y cuentan que
cuando volvió a la Casa Blanca, años después de su presidencia, saludó uno por
uno a todos los empleados, incluido, por supuesto, el personal de limpieza. Así
pues, se pueden ganar más amigos en dos meses interesándose genuinamente por
ellos, de los que se conseguirían en dos años intentando que los demás se
interesen por uno.
REGLA 2. Sonría. Ese perro que mueve la cola y brinca como un loco
cada vez que lo ve, o ese bebé que le sonríe abiertamente y responde a sus
gestos con un estallido de júbilo, pueden transmitirle más satisfacción a su
alma que un millón de palabras elogiosas. Las acciones y los gestos dicen más que
las palabras, por eso, una sonrisa sincera, de aquellas que transmiten un Me
gusta usted. Me causa felicidad. Me alegro tanto de verlo, abre puertas,
cierra negocios y conquista corazones.
El jefe de personal de una gran
tienda de Nueva York afirmaba que prefería emplear a una vendedora sin
instrucción, siempre que poseyera una sonrisa sincera, que a un doctor en
filosofía con cara de pocos amigos. William B. Steinhardt, agente de bolsa en Wall
Street, tras ser interrogado sobre las causas de su éxito, sostuvo: He
llegado a la conclusión de que las sonrisas me producen dinero, mucho dinero
cada día. No en vano, los sabios chinos acuñaron el proverbio según el cual
el hombre cuya cara no sonríe, no debe abrir una tienda.
REGLA 3. Recuerde que para toda
persona, su nombre es el sonido más dulce y primordial en cualquier idioma. Estando en Escocia durante su infancia,
Andrew Carnegie cazó una coneja y al poco tiempo se vio con toda una camada de
conejitos, pero nada con que alimentarlos. Entonces se le ocurrió una brillante
idea: les dijo a los niños de la vecindad que bautizaría a los animalitos en
honor de aquellos que le llevaran trébol y hierbas para alimentarlos. El plan
rindió mágicos resultados y Andrew aprendió muy bien la lección. Por eso, años
después, cuando le llamaban “el Rey del Acero” y quiso venderle raíles al
ferrocarril de Pennsilvania, cuyo presidente era J. Edgar Thomson, construyó en
Pittsburgh una enorme planta de altos hornos a la que bautizó como “Siderurgia
Edgar Thomson”. No es difícil adivinar a quién se realizó el pedido cuando el
ferrocarril de Pennsilvania necesitó raíles de acero.
En otra ocasión, cuando la
competencia con George Pullman por lograr la supremacía en la venta de vagones
dormitorio estaba poniendo en jaque a ambas compañías, Carnegie se acercó a
este último y le propuso que fusionaran las dos empresas. Pullman, que no
parecía nada convencido, le preguntó: ¿Qué nombre tendría la nueva firma?,
ante lo cual Carnegie respondió: Pues la Pullman Palace Car Company, por
supuesto. En ese instante se inició una nueva etapa para la industria de
los Estados Unidos.
Toda información que demos o toda
pregunta que formulemos adquirirá una relevancia singular si le agregamos el
nombre de nuestro interlocutor. Esa sola palabra obra milagros y por eso los
políticos saben muy bien que recordar el nombre de un elector es cualidad de
estadista; olvidarlo equivale a ir al olvido político.
REGLA 4. Sea un buen oyente.
Anime a los demás a que hablen de sí mismos. Durante las horas más sombrías de la Guerra Civil, Lincoln
escribió a un viejo amigo pidiéndole que fuera a Washington y, una vez allí, le
habló durante horas acerca de la conveniencia de proclamar la liberación de los
esclavos. Tras exponerle todos los argumentos a favor y en contra de tal
decisión, y leerle artículos periodísticos y cartas que lo censuraban por no
liberar a los esclavos o por el temor de que los liberara, Lincoln estrechó la
mano de su viejo amigo, se despidió de él y lo envió de regreso a Illinois, sin
haberle pedido consejo ni preguntarle siquiera su opinión. Lincoln sólo quería
un oyente amigo, comprensivo, ante quien volcar sus ideas: lo mismo que
buscamos nosotros cuando estamos en dificultades. Lo mismo que, por lo general,
busca el cliente irritado, el empleado insatisfecho o el amigo disgustado.
Muchas personas llaman a un
médico cuando lo que necesitan es alguien que los escuche, afirmaba un artículo de Selecciones del
Reader's Digest. El quejica crónico, e incluso el crítico más violento,
tenderán a suavizarse en presencia de un oyente que muestre paciencia y
simpatía. Según Charles W. Eliot, quien fuera presidente de Harvard, no hay
misterios en una feliz conversación de negocios... Es muy importante prestar
atención exclusiva a la persona que habla. No hay nada más halagador que eso.
REGLA 5. Hable siempre de lo que
interese a los demás. Cada
vez que Roosevelt esperaba a un visitante, se quedaba hasta muy tarde, la noche
anterior a su llegada, instruyéndose en el tema sobre el cual sabía que se
interesaba particularmente el huésped esperado. Porque Roosevelt no ignoraba
que el camino más corto hasta el corazón de otra persona consiste en hablarle
de las cosas que le son más preciadas. Empresarios, vendedores y maestros han
encontrado con asombro los grandes frutos que se obtienen cuando se logra
establecer un vínculo sincero con los intereses del interlocutor.
REGLA 6. Haga que la otra persona
se sienta importante, y hágalo sinceramente. Casi todas las personas con las que tropieza se sienten superiores a
usted en algún sentido, y un camino seguro para llegarles al corazón es
hacerles comprender, de un modo muy sutil, que usted reconoce su importancia, y
la reconoce sinceramente. Disraeli, uno de los hombres más astutos que han
gobernado el Imperio Británico, afirmaba lo siguiente: Hábleles a las
personas de ellos mismos y lo escucharán durante horas.
Técnicas
para lograr que otros piensen como usted
REGLA 1. La única forma de salir ganando
en una discusión es evitándola. Si
discute usted, y pelea y contradice -decía Benjamin Franklin-, puede
lograr a veces un triunfo; pero será un triunfo vacío, porque jamás obtendrá la
buena voluntad del contrincante. Sólo hay una forma de ganar una discusión
y esa forma es evitarla, como se evitaría una serpiente de cascabel o un
terremoto. Casi siempre, al término de una discusión, cada uno de los
contendientes se siente más convencido que nunca de que la razón está de su
parte. Y si alguno se pretende ganador, por haber podido demostrar de forma
lógica y pública el error de su contraparte, sólo habrá tenido una victoria
académica y teatral, bajo la cual se esconde la derrota de haberse fraguado la
enemistad de alguien cuyo orgullo ha lastimado. Podemos volcar sobre el otro
toda la lógica de Platón o de Kant, pero difícilmente alteraremos sus opiniones
cuando hemos herido sus sentimientos.
Después de múltiples peleas con
sus clientes, R. V. Crowley, vendedor de una gran empresa maderera de Nueva
York, comprendió que la compañía perdía mucho dinero a causa de las discusiones
que él ganaba. Siempre será mejor la estrategia de aquel vendedor de camiones
que respondía, cuando le objetaban que los de la competencia eran mejores, que
efectivamente los camiones de la otra compañía eran excelentes, y que no se
arrepentiría en caso de comprarlos. Cuando el posible comprador se quedaba sin
palabras y no encontraba terreno para discutir, Crowley aprovechaba entonces la
oportunidad para mostrarle las cualidades del producto que él le ofrecía.
Los malentendidos no se resuelven
con discusiones o peleas, sino con tacto, diplomacia, conciliación y un sincero
deseo de apreciar el punto de vista de los demás. Recordemos a Lincoln: Mejor
es dar paso a un perro que ser mordido por él al disputarle ese derecho. Ni aun
matando al perro se curaría de la mordedura.
REGLA 2. Demuestre respeto por
las opiniones ajenas. Todos
tendemos a pensar que si no siempre llevamos la razón, por lo menos la tenemos
la mayor parte de las veces. Pero resulta que si la tuviéramos en el 55 por
ciento de las veces, entonces ya deberíamos haber ido hasta Wall Street y
hacernos millonarios en cuestión de poco tiempo. En realidad somos mucho más
falibles de lo que alcanzamos a concebir. Y si no podemos afirmar que tenemos
la razón ni en el 55 por ciento de las veces, entonces ¿qué sacamos con
restregarles a los demás sus errores?
Cuando alguien se equivoca, a
veces lo admite para sus adentros. Y si se le sabe llegar con suavidad y con
tacto, quizá lo admita ante los demás e incluso llegue a enorgullecerse de su
franqueza y ecuanimidad al hacerlo. Pero nada de eso sucede cuando otra persona
intenta meterle a golpes la dolorosa vergüenza de que no tiene razón. Si usted
quiere demostrar algo, hágalo sutilmente, con tal destreza que nadie piense que
lo está haciendo. Recuerde las palabras de Alexander Pope: Se ha de enseñar
a los hombres como si no se les enseñara. Y proponerles cosas ignoradas como si
fueran olvidadas.
La siguiente cita del profesor
James Harvey Robinson, tomada de su libro La mente en proceso, resulta
muy ilustrativa: A veces notamos que vamos cambiando de idea sin resistencia
alguna, sin emociones fuertes, pero si se nos dice que nos equivocamos nos
ofende la imputación, y endurecemos el corazón. Somos increíblemente incautos
en la formación de nuestras creencias, pero nos sentimos llenos de una ilícita
pasión por ellas cuando alguien se propone privarnos de su compañía. Es
evidente que lo que nos resulta caro no son las ideas mismas, sino nuestra
estima personal, que se ve amenazada... El resultado es que la mayor parte de
lo que llamamos razonamiento consiste en encontrar argumentos para seguir
creyendo lo que ya creemos.
REGLA 3. Si usted está
equivocado, admítalo rápida y enfáticamente. Jamás se verá en aprietos por admitir que quizá se equivoque y,
por el contrario, dará a la otra persona el deseo de ser tan justo y ecuánime
como usted, haciéndole admitir que ella también puede equivocarse. Cuando
alguien tiene el valor de aceptar sus propios errores no sólo evita las
actitudes defensivas y los posibles conflictos, sino que muchas veces
contribuye a resolver el problema creado por el error.
Piénselo así: si usted sabe que
ha cometido un error y que los demás pueden llegar a darse cuenta, ¿no resulta
preferible adelantárseles y reconocerlo por su propia cuenta? Siempre es más
fácil escuchar la crítica de nuestros labios que la censura de labios ajenos y,
al decir de usted mismo todas las cosas negativas que la otra persona puede
tener razón en pensar, no sólo le quitará el motivo para hablar, sino que es
muy probable que esa persona asuma una actitud generosa, de perdón y que, en
lugar de amplificar el ataque, salga en su propia defensa.
REGLA 4. Empiece de forma
amigable. Tras una de las huelgas más
cruentas en la historia de la industria norteamericana, en la que los belicosos
mineros de la Colorado Fuel & Iron Company exigían un aumento salarial, y
después del elevado saldo de destrucción, de heridos y hasta de muertos al
intervenir el ejército, su presidente Rockefeller decidió personarse en el
lugar de los hechos. En pocos días visitó los hogares de un gran número de
trabajadores y, tras ello, logró convocar una reunión con los representantes de
los huelguistas. Su discurso completo es una obra maestra. A esas personas que
querían colgarlo de un árbol, Rockefeller les dirigió las palabras más gentiles
y amistosas que alguien pudiera pronunciar. Poco después reiniciaron sus
actividades y olvidaron incluso las protestas salariales que habían defendido
de forma tan vehemente. Esto es parte de lo que les dijo:
Este es un día de fiesta en mi
vida. Es la primera vez que tengo la fortuna de encontrarme con los
representantes de los empleados de esta gran compañía, sus funcionarios y
superintendentes, todos juntos, y puedo aseguraros que estoy orgulloso de
encontrarme aquí, y que mientras viva recordaré esta reunión. Si este mitin se
hubiese efectuado hace dos semanas, hubiera estado yo aquí como un extraño para
casi todos vosotros, pues sólo habría podido reconocer unas pocas caras. Pero
he tenido la oportunidad de visitar durante la última semana todos los
campamentos en las minas del sur y de hablar individualmente con casi todos los
representantes, salvo los que se habían marchado; después de visitaros en
vuestros hogares, y de conocer a muchas de vuestras esposas e hijos, no nos
reunimos aquí como extraños, sino como amigos, y en ese espíritu de mutua
amistad me complace tener esta oportunidad de discutir con vosotros acerca de
nuestros intereses comunes.
Una vieja máxima reza que se
atrapan más moscas con una gota de miel que con un barril de hiel. ¿Qué
habría sucedido si Rockefeller hubiese decidido apelar a las más grandes
teorías económicas y a cálculos de absoluta precisión para demostrar a sus
empleados que sus peticiones eran imposibles de satisfacer?
REGLA 5. Consiga que la otra
persona diga sí, sí, inmediatamente. Evite que su interlocutor diga que no en un principio, pues,
como afirmó el profesor Overstreet, cuando una persona ha dicho No,
todo el orgullo que hay en su personalidad exige que sea consecuente consigo
mismo. Tal vez comprenda más tarde que ese No fue un error; pero de
todos modos tiene que tener en cuenta su preciado orgullo. Cuantos más síes
puedan obtenerse desde el inicio, mayores serán las probabilidades de
captar la atención del interlocutor para plantearle la proposición final.
Tal era la estrategia de
Sócrates. El gran filósofo era demasiado sagaz como para decirles a los demás
que se equivocaban. Toda su técnica, conocida hoy en día como el “método
socrático”, se basaba en la obtención de respuestas afirmativas. Sócrates iba
haciendo preguntas que sabía que su interlocutor respondería afirmativamente.
Así, iba ganando una afirmación tras otra, hasta obtener una considerable
cantidad de síes a su favor. Entonces seguía preguntando hasta que al
final, y casi sin notar cómo, su interlocutor se veía llegando a una conclusión
que pocos minutos antes habría rechazado de forma enérgica.
REGLA 6. Permita que la otra
persona sea la que más hable. Cuando
uno de los grandes fabricantes de coches de los Estados Unidos realizaba el
proceso de selección para adquirir las telas con las que tapizaría sus autos,
el representante de una de las empresas concursantes, que había realizado un
largo viaje y había preparado minuciosamente su presentación, llegó sin voz a
la entrevista con los directivos de la empresa automotriz. Al entrar a la sala
de juntas, sacó un papel y escribió: Señores, he perdido la voz, no podré
hablar. Entonces el director de la empresa le dijo que no se preocupara,
que hablaría por él. Y al ocupar su posición, no sólo se encargó de presentar
las virtudes de sus telas, sino que respondió con acierto a las diferentes
objeciones que los otros miembros plantearon. El vendedor, que se había limitado
a asentir con la cabeza, firmó esa tarde el contrato más cuantioso de su vida:
un millón de metros de tela para tapizados.
REGLA 7. Permita que la otra
persona sienta que la idea es de ella. Ralph
Waldo Emerson dejó escrito lo siguiente en uno de sus ensayos: En todo
trabajo de genio reconocemos nuestras propias ideas desechadas: vuelven a
nosotros con cierta majestad ajena. Entonces, cuando intentamos persuadir a
otro frente a una idea que hemos tenido, ¿no sería mejor presentársela mediante
sugestiones para que él mismo llegue a ella y la asuma como propia? Eso lo
sabía muy bien el coronel Edward H. House, que supo otorgarle, de forma humilde
y discreta, la autoría de sus ideas sobre la gestión de los asuntos nacionales
e internacionales al presidente Woodrow Wilson y se ganó el lugar más
privilegiado entre los asesores de este último. Una vez que llegué a conocer
bien al presidente –escribió el propio House-, supe que el mejor medio
para convertirlo a cualquier idea era introducirla en su cabeza, sin darle
importancia, pero de tal forma que despertara su interés, a fin de que él
empezara a pensar en ella por su propia cuenta.
Las palabras que pronunció el
sabio chino Lao Tsé hace veinticinco siglos recogen esta actitud y encierran
una sabiduría inigualable: La razón por la cual los ríos y los mares reciben
el homenaje de cien torrentes de la montaña es que se mantienen por debajo de
ellos. Así son capaces de reinar sobre todos los torrentes de la montaña. De
igual modo, el sabio que desea estar por encima de los hombres se coloca debajo
de ellos; el que quiere estar delante de ellos, se coloca detrás. De esa
manera, aunque su lugar esté por encima de los hombres, éstos no sienten su
peso.
REGLA 8. Trate de ver
honradamente las cosas desde el punto de vista de la otra persona. Cuando le preguntaron a Martin Luther King cómo
podía él, siendo un pacifista, admirar al general de la Fuerza Aérea Daniel
"Chappie" James, éste respondió con sabiduría: Juzgo a la gente
por sus principios, no por los míos. Cuando se quiere persuadir a alguien
para que haga algo, las órdenes e imposiciones suelen ser inútiles y, por lo
general, sus efectos no duran mucho más de lo que dura la presencia de la
figura de autoridad. Cada uno de nosotros tiene siempre una serie de razones
por las cuales piensa lo que piensa y hace lo que hace; si logra usted ponerse
en la posición del otro y desentrañar sus razones ocultas, entonces podrá
ofrecerle argumentos persuasivos para que realice una acción o deje de hacer
algo, al tiempo que se ganará su simpatía. Recuerde, además, que al
interesarnos en las causas es menos probable que nos disgusten los efectos.
REGLA 9. Muestre simpatía por las
ideas y deseos de la otra persona. La señora
Norris, profesora de piano, encontró que Babette tenía cierto talento musical,
pero supo que jamás llegaría a tocar bien el piano por culpa de aquellas largas
uñas que ella cuidaba como si se tratase de un tesoro. Consciente de la
importancia que para Babette tenían sus uñas, esta profesora asumió que, en caso
de confrontarla y decirle que se las cortara, perdería inmediatamente a una
prometedora aprendiz. Un día elogió sus hermosas uñas, felicitándola por la
forma en que las cuidaba. Luego añadió que había notado en ella un excelente
talento musical y le dijo que si quería progresar en el piano, quizás le
convendría cortárselas algo más, pero que eso suponía un sacrificio que nadie
podía exigirle. A la semana siguiente, la señora Norris comprobó con
satisfacción que Babette se había cortado las uñas.
REGLA 10. Apele a los motivos más
nobles. Antes de convertirse en un
prestigioso editor, Cyrus H. K. Curtis buscaba artículos de escritores
prestigiosos para sus revistas, aunque no estaba en condiciones de pagarles una
suma siquiera cercana a la que ofrecían las demás publicaciones. Ante esto,
decidió apelar a los motivos más nobles, y así logró convencer a muchos
escritores que se encontraban en lo mas alto de su fama para que escribieran en
sus revistas. Se limitó a ofrecerles un cheque de cien dólares que no iría para
ellos, sino para una institución de caridad.
Cuando John D. Rockefeller, hijo,
quiso que los diarios dejaran de publicar imágenes de sus hijos, utilizó esta
misma técnica. En lugar de arremeter contra los periodistas, les envió una
calurosa carta en la que les decía: Ustedes saben cómo son estas cosas.
Algunos de ustedes también tienen hijos. Y saben que no hace bien a los niños
gozar de demasiada publicidad. Cuando Lord Northcliffe encontraba en un
diario una fotografía suya que no quería que se publicara, escribía una carta
al director en la que apelaba al respeto y al amor que todos sentimos por la
madre, diciéndole: Le ruego que no vuelva a publicar esa fotografía. A mi
madre no le gusta.
REGLA 11. Dramatice sus ideas. Los publicistas saben muy bien que el éxito del
mensaje se cifra en la forma en que se presenta una idea y en la capacidad para
atraer la atención de las personas. Vivimos en el tiempo de la dramatización,
el cine, la televisión, y los medios lo hacen continuamente. Las meras palabras
ya no suelen ser suficientes para despertar el interés. Hay que acompañarlas
con gestos, con actos, con imágenes. Los fabricantes de un nuevo veneno para
ratas, claramente conscientes de ese hecho, entregaron a los comerciantes un
exhibidor para el escaparate con dos ratas vivas dentro. La semana en que esas
ratas se mostraron, las ventas se multiplicaron por cinco.
REGLA 12. Lance, con tacto, un
reto amable. Charles
Schwab, jefe de una fábrica cuyo personal rendía muy por debajo del nivel
esperado, visitó la planta una tarde y tras preguntar cuántas cargas de horno
había realizado el turno de día, pidió una tiza y trazó un gran seis en el
suelo. Cuando llegaron los trabajadores del turno de noche preguntaron qué
significaba ese número, a lo que les respondieron que el gran jefe había estado
allí y había dejado escrita la cantidad de cargas realizadas por el turno de
día. A la mañana siguiente, Schwab volvió al taller y vio que los trabajadores
de la noche habían borrado el seis y en su lugar habían dibujado un enorme
siete. Cuando los trabajadores de la jornada diurna lo vieron, en lugar de
avergonzarse se llenaron de coraje y unas horas después lo borraban para
escribir en su lugar un doce aún más grande. Schwab no tuvo que decir ni una
sola palabra, pero en pocos días la producción de su fábrica se había
multiplicado de forma asombrosa.
Técnicas
para ser un líder e influir en la conducta de los otros
REGLA 1. Empiece con elogio y
aprecio sincero. Antes
de introducir en su boca esos instrumentos que parecen tomados de una serie
policiaca, el dentista utiliza novocaína para que usted no sienta el dolor.
Dorothy Wrublewski, gerente de área del Federal Credit Union, en New Jersey,
tenía una empleada que desarrollaba un excelente trabajo, pero arruinaba todo
por su incapacidad de hacer balances. En lugar de despedirla, como todos le
exigían, decidió hablar con ella un día tras cerrar las puertas al público.
Esto fue lo que hizo Wrublewski, según sus propias palabras: La felicité por
su espíritu amistoso y abierto con los demás empleados, así como por la
corrección y presteza con que trabajaba. Después le sugerí que revisáramos el
procedimiento que usaba para hacer el balance del dinero en su caja. No bien
comprendió que yo confiaba en ella, siguió mis sugerencias y no tardó en
dominar sus funciones. Recuerde que el barbero enjabona la cara de su
cliente antes de afeitarlo.
REGLA 2. Llame indirectamente la
atención sobre los errores de los demás. Para suavizar una crítica no siempre basta con agregar un elogio previo
que la amortigüe y muchas veces, cuando se quiere modificar la actitud de
alguien sin ofenderlo ni crear resentimientos, una sola palabra puede marcar la
diferencia entre el triunfo y el fracaso. Por ejemplo, si un padre que quiere
censurar los resultados de su hijo en álgebra se acerca y le dice estoy muy
orgulloso de ti por haber mejorado tus notas este mes, pero si te hubieras
esforzado más en álgebra, los resultados habrían sido aún mejores, hará que
el niño se sienta contento hasta que escuche la palabra “pero”: ésta le hará
sentir que el elogio inicial no era más que un pretexto para cuestionar sus
resultados. Ese mismo padre lograría un efecto muy diferente con tan solo
cambiar ese “pero” por un “y”: Estoy muy orgulloso de ti por haber mejorado
tus notas este mes y si sigues esforzándote, podrás subir las notas en álgebra
al nivel de las demás.
En cierta ocasión, la señora
Jacob contrató a unos obreros para realizar una obra en su casa. Durante los
primeros días de trabajo, cuando regresaba de su oficina, notaba con desagrado
que habían dejado el patio lleno de fragmentos de madera. En lugar de
reprenderles o darles una orden, una tarde pidió ayuda a sus hijos y entre
todos recogieron y apilaron en un rincón los restos de madera. Al día
siguiente, se acercó al capataz y le manifestó lo contenta que estaba por el
modo en que habían dejado el patio el día anterior, pues así no incomodaba a
los vecinos. Mientras las obras continuaron no tuvo que hacer nada más; cada vez
que volvía de su oficina, encontraba el patio de la casa en completo orden.
REGLA 3. Hable de sus propios
errores antes de criticar los de los demás. Es mucho más fácil escuchar una lista de los propios defectos cuando el
que la pronuncia comienza por admitir con humildad que él también está lejos de
la perfección.
REGLA 4. Haga preguntas en vez de
dar órdenes. Owen D.
Young, prestigioso director de la GE, jamás dio una orden directa. Se limitaba
a preguntar a los demás cómo consideraban que debía hacerse algo y a sugerir
sus puntos de vista al respecto. Luego dejaba que ellos decidieran su propia
forma de proceder y que fueran aprendiendo de sus propios errores. Hacer
preguntas no sólo hace que las órdenes resulten más aceptables, sino que con
frecuencia estimula la creatividad de la persona a quien se interpela; además,
es mucho más probable que la gente acepte con gusto una orden si ha participado
en el proceso de decisión que la antecede.
REGLA 5. Permita que la otra
persona salve su propio prestigio. Antoine
de Saint-Exupéry escribió: No tengo derecho a decir o hacer nada que
disminuya a un hombre ante sí mismo. Lo que importa no es lo que yo pienso de
él, sino lo que él piensa de sí mismo. Herir a un hombre en su dignidad es un
crimen. Cuántos de nosotros desconocemos el valor que para cada uno tiene
su propio prestigio y criticamos a los demás en público, descubrimos sus
defectos o pisoteamos sus sentimientos.
Cierto contador público que
contrataba empleados por temporadas tenía que enfrentarse al final de estos
periodos a la incómoda tarea de realizar despidos. La naturaleza de su negocio
no le permitía mantener a los trabajadores, y a pesar de que ellos lo sabían,
siempre surgía el rencor cuando les anunciaba que el contrato no sería
renovado. Hasta que decidió cambiar de técnica e informarles del despido con
estas palabras: Ha trabajado usted muy bien. La vez que lo enviamos a Newark
tuvo una misión difícil. No obstante, la cumplió usted con grandes resultados,
y queremos hacerle saber que la casa se siente orgullosa de usted. Progresará
mucho, dondequiera que trabaje. La casa cree en usted, y no queremos que lo
olvide. El efecto obtenido calmaba los ánimos. Los trabajadores salían satisfechos
de sí mismos y no sentían que los habían echado a la calle. Además, cuando los
volvían a necesitar, llegaban de nuevo agradecidos.
REGLA 6. Elogie el más pequeño
progreso y, además, cada progreso. El
reconocido psicólogo B. F. Skinner realizó experimentos con animales y con
seres humanos y demostró que al reducir las críticas y aumentar los elogios, se
logra reforzar lo bueno que hace la gente y disminuir lo malo, que tiende a
atrofiarse por falta de atención. Para modificar una conducta, resultan mucho
más efectivos los estímulos positivos que los castigos. Hay que dar golosinas
en lugar de látigo.
Y así como las adulaciones vacías
o falaces no surten ningún efecto, asimismo resulta mucho más provechoso un
elogio concreto que una alabanza inespecífica. Muchos maestros saben que para
fortalecer las actitudes de sus estudiantes no basta con decirles que son
buenos, sino que conviene señalar específicamente los puntos en los cuales
destacan, para que el elogio se vuelva significativo y la otra persona lo
reciba como sincero, no como algo que le dicen sólo para hacerle sentir bien.
REGLA 7. Atribuya a la otra
persona una buena reputación para que se interese en mantenerla. Si usted ayuda a construirle a otra persona una
excelente reputación, podrá apreciar los enormes esfuerzos que hará para no
desmentirla. Extendiendo la máxima de Shakespeare que afirma Asume una
virtud si no la tienes, se le deben atribuir a los otros las virtudes que
no poseen si se quiere que ellos mismos las cultiven. Cuando alguien ha gozado
con el prestigio que le otorga una característica sobresaliente, hará enormes
esfuerzos por ratificar ese prestigio.
Al iniciar el año escolar, cierta
profesora notó que entre sus alumnos se encontraba Tommy, un chico problemático
del que todas sus colegas hablaban con temor. Al leer la lista por primera vez
hizo un comentario a cada niño y, al llegar a Tommy, le dijo: Tengo
entendido que tienes alma de líder. Dependeré de ti para que me ayudes a hacer
de esta división el mejor de los cuartos grados. En las siguientes semanas
reforzó esta reputación, felicitando a Tommy por cada cosa que hacía y
comentando en público sus excelentes habilidades. Efectivamente, Tommy no
defraudó a la profesora.
REGLA 8. Aliente a la otra
persona. Haga que los errores parezcan fáciles de corregir. Dígale a un niño, a un empleado o a cualquier
persona que es estúpido o incapaz, que todo lo hace mal y que sus defectos son
incorregibles, y habrá destruido todo incentivo para que trate de mejorar.
Muéstrele, por el contrario, la forma fácil de hacer las cosas y su confianza
en que puede mejorar, y verá cómo ella misma practicará con entusiasmo hasta
llegar a superarse.
REGLA 9. Procure que la otra
persona se sienta satisfecha de hacer lo que usted sugiere. Cuando Woodrow Wilson, entonces presidente de los
Estados Unidos, quiso enviar a un emisario de paz para que se reuniera con los
líderes inmersos en la Gran Guerra en la Europa de 1915, designó para ello a su
amigo íntimo, el coronel Edward M. House. Como Wilson sabía que William
Jennings Bryan, secretario de Estado y abogado de la paz, ansiaba profundamente
hacer ese viaje, le asignó también a House la espinosa labor de informar a
Bryan que el seleccionado había sido él. Bryan estaba muy decepcionado
cuando supo que yo iba a Europa como emisario de paz –escribió el coronel
House en su diario–. Dijo que había pensado ir él... Yo le contesté que el
presidente consideraba imprudente efectuar esta gestión de forma oficial, y que
el viaje de Bryan despertaría mucha atención y la gente se preguntaría por qué
iba a Europa... Bastó con insinuarle a Bryan que él era demasiado
importante para aquella misión, para que este último se quedara satisfecho en
los Estados Unidos y continuara siendo un funcionario ejemplar.
Conclusión
Hace tres mil años Zoroastro
enseñó a sus discípulos, en el culto del fuego, en Persia, un precepto
fundamental. Confucio lo predicó en China hace veinticuatro siglos. Buda lo
promulgó en las orillas del Ganges. Lao Tsé lo inculcó a sus discípulos en el
valle del Han. Ese precepto constituye, probablemente, la regla más importante
del mundo. Jesús, que también lo enseñó en las montañas de Judea hace
diecinueve siglos, lo resumió en el siguiente pensamiento: Haz al prójimo lo
que quieras que el prójimo te haga a ti.
Las reglas que aparecen aquí no
son más que derivaciones de este precepto. El testimonio de infinidad de
personas, en diversas épocas y lugares, constituye una muestra fehaciente del
poder que tiene comprender al otro y comportarse frente a él de la misma forma
en que uno quisiera ser tratado, si se encontrara en la misma situación. Si se
quiere ser capitán y dirigir la nave de los negocios, la personalidad, el tacto
y la facilidad de palabra serán mucho más útiles que el conocimiento de los
verbos latinos o que un diploma de Harvard.
Fin del
resumen
Biografía del autor
Dale Carnegie nació en el seno de una familia pobre de Missouri
en 1888 y, tras desplazarse a Nueva York en su juventud, comenzó a ejercer como
profesor de oratoria en escuelas nocturnas. Después de indagar en la vida de
los grandes personajes y recolectar una serie de experiencias reales de sus
propios alumnos, publicó Cómo ganar amigos en 1936, que le valió un
enorme reconocimiento. Desde entonces, esta obra se ha publicado en más de 25
idiomas y ha llegado a vender más de 21 millones de ejemplares, convirtiéndose
así en uno de los libros más leídos de la historia.
Cómo hacer amigos e inluir Sobre las demás personas |